Un mundo depredado en
un paradigma de consumo.
Durante la historia de la humanidad siempre ha existido el
aprovechamiento de nuestro entorno, pero en un punto decidimos que para llevar
a cabo esta tarea de una “forma más eficiente”, era necesario tener un
objetivo, el cual se entendió entonces como el desarrollo económico que en
palabras más comunes se refiere a la acumulación de bienes y dinero, de forma
que en este marco se empezó a consumir al planeta no por necesidad si no por
que era necesario “desarrollarse” sin importar las consecuencias de modo que se
podía explotar los recursos de la naturaleza sin tener que preocuparse por los
daños que se pudieran hacer al medio ambiente en medio de esta carrera por
tener más en la cual nos habíamos embarcado.
En la década de los sesenta se empezaron a hacer evidentes
los problemas que traían estos afanes de consumo en los cuales nos
encontrábamos. Con “La Primavera
Silenciosa” de Rachel Carson (Carson 1962) y “La tragedia de los espacios colectivos” de Garrett Hardin (Hardin
1968) el mundo empezó a cuestionarse si el consumo que se nos había
ofreciendo era tan benévolo como lo hicieron parecer.
Luego el club de roma encargo al MIT un trabajo para estimar
la situación que se empezaba a vislumbrar. Este documento que hizo predicciones
muy negativas del futuro que le esperaba al planeta en las manos de este
paradigma de consumo sin límites.
Todo el alboroto puso en alerta a los países hasta el punto
de convencerlos del cuento y obligarlos a realizar un plan de contingencia que se formuló en Estocolmo en La Conferencia de las Naciones Unidas sobre
el Medio Humano, el plan llamado PNUMA
(Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente).
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